miércoles, 8 de marzo de 2017

El milagro del enarenado

Hasta mediados del siglo XX el Poniente Almeriense era una zona pobre y poco poblada, pues su agricultura se encontraba limitada por la falta de agua y por la salitrosidad de los suelos, a lo que debemos sumar los fuertes vientos que en nada benefician a los cultivos al aire libre. Esto provocaba que, las pocas plantas que podían soportar estas pésimas condiciones, diesen escasos rendimientos. En consecuencia, sus habitantes se veían abocados a otras actividades complementarias como el pastoreo o la tan olvidada extracción de la sal.

Aunque existe un fuerte debate sobre el origen de esta técnica y del invernadero, en el que cada localidad intenta atribuírselo de una u otra forma, podemos encontrar algo de luz si acudimos al libro «Los pueblos de colonización en Almería», de la colección del Instituto de Estudios Almerienses. El origen lo encontramos en los agricultores de El Pozuelo y La Rábita (ambos en el término municipal de Albuñol), quienes desde finales del siglo XIX cubrían con arena algunas de sus parcelas. Esta costumbre se fue expandiendo hacia Guainos y Balanegra, ya en la provincia de Almería.

Estructura de un enarenado.
(Fuente: Juan José Gutiérrez Sánchez)
Dicha técnica consiste en colocar sobre la tierra una capa de estiércol y otra de arena. El estiércol le aporta los nutrientes de los que carece el suelo almeriense, mientras que la capa de arena evita la ascensión de la humedad por el proceso de capilaridad, impidiendo así la pérdida del agua que contiene el suelo. Además, tradicionalmente este agua ascendente tenía un alto contenido de sales que, al evaporarse, dejaba en la superficie una perjudicial capa salitrosa.

A Roquetas llegaría en 1954 el albuñolero Juan Sánchez Romera, que puso en práctica esta tradición. La expectación de los roqueteros fue mayúscula y lo calificaron de «locura», pues Juan acarreó con su burro varias cargas de arena de la playa a su terreno en La Romanilla y lo protegió con cañaveras. Mayor aún fue la sorpresa de sus vecinos cuando obtuvo una excelente cosecha de 504 kilos de judías.

Paralelamente, ese año se había iniciado la ampliación del núcleo de Roquetas por parte del Instituto Nacional de Colonización (INC), atraído por la solución al endémico problema del agua gracias al descubrimiento de los múltiples acuíferos que pueblan el subsuelo del Poniente, de donde se comenzó a extraer agua tras la construcción de pozos.

Sin embargo, hasta entonces el programa de Colonización había tenido escaso éxito ante las malas condiciones de la tierra: debido a la imposibilidad de cultivar cítricos u hortalizas por la salinidad del terreno, se había recurrido a otros cultivos, sin obtener tampoco buenos resultados. Fue gracias a una visita los técnicos del ICN a la parcela de Juan Sánchez cuando se percataron de que esta curiosa técnica era la única forma de sacar adelante los planes de atraer población al Poniente.

Tras una serie de pruebas satisfactoria en Aguadulce, el ICN financió en 1957 el enarenado 40 parcelas en Roquetas de Mar. Esto permitió que, lo que hasta entonces había sido un erial, se convirtiese en tierra fértil, multiplicándose los cultivos y el precio de los terrenos. A su vez, se corrió la voz y se aceleró la llegada de colonos, lo que permitió caminar sobre seguro en la construcción de los pueblos de colonización en los siguientes años: El Parador, Las Norias, La Mojonera, Las Marinas, Puebla de Vícar, San Agustín y El Solanillo. Esto explica la aparición de tantas nuevas localidades en una zona tan concreta como el este del Poniente Almeriense.

Labor de enarenado a principios de los años 60, en Aguadulce.
(Fuente: Instituto de Estudios Almerienses)
No debemos caer en el error de pensar que el enarenado y el invernadero almeriense nacieron a la vez, pues los primeros cultivos sencillamente eran protegidos del viento por un cercado de cañas. Sería en 1960 en la parcela del conocido Paco «El Piloto» cuando se cubrieron los cultivos con un pequeño túnel de plástico para mantener el calor, basándose en antecedentes en las Canarias e Israel. Fue 3 años más tarde cuando también gracias a «El Piloto» surgió el invernadero tipo parral, inspirado en el que se utilizaba para la uva de mesa. Este sistema permitía mantener unas temperaturas estables y producir varias cosechas al año, lo que además adelantó las cosechas e introdujo en el mercado productos en meses en los que tradicionalmente eran escasos, obteniendo así importantes beneficios.

En definitiva, no nos cabe duda de que, sin esta transición de una agricultura de subsistencia, para el autoconsumo, a otra industrializada y destinada a la exportación, hoy el Poniente Almeriense no sería lo que es. Cabe esperar a que este pasado reciente de nuestra comarca comience a ser valorado, estudiado y difundido como se merece, y no relegado al cajón de los olvidos en el que descansa buena parte de la Historia de Roquetas.